viernes, 16 de enero de 2009

¿LA DIGNIDAD?

L

Estaba borracho. Seguramente, porque de otra forma no habría acudido a mi tan descaradamente. La peste predecía el final de una parranda furtiva, de una cuestión más allá de toda moral.

Se acomodó el cigarrillo en la boca, y a pesar de la baba que escurría por la comisura derecha, medio le entendí. No me tomó ni tres segundos saltar de la silla y contener el aliento. Esas cosas se saben, se sienten.

Pues bien, me ofreció una maraña de hierbas y algo que supuse había sido un desesperado intento por fragmentar algunas pastillas. Ni siquiera lo intenté.

-¿Cuánto me das por ésta mercancía, muñeca?- dijo jadeando.

Fueron talvez, dos, no, tres minutos a lo sumo, pero ya quería matarlo. Me puso su grasosa mano en mi pierna, y cuando el recorrido llevaba dos centímetros, el tabaco que antes “decoraba” su nauseabunda boca, se había insertado entre falange y falange.

Retrocedió y me miró con tal odio, que podría jurarlo, me gané la siguiente estocada. Sacó del pestilente bolsito de estambre que le colgaba del cuello algo. Podía ser cualquier cosa. Dos monedas puso en mi mano, una de ellas de oro, y la otra, por el aspecto, pudo haber sido plata.

Se acercó a mi, con precaución, y me dijo –¡Te debo esto!- No le entiendo- Contesté.

Se tambaleaba, me miraba y sin ningún pudor, me dijo.

-Te doy esas monedas por el pedazo de piel que toqué. Es todo lo que tengo.

Me quise indignar, y hasta me enderecé para aclararle que además de no estar en venta, nada en mí le indicaba que yo estaba “disponible”. Pero…el tipo se fue dando tumbos aquí y allá también. Se desapareció entre los arbustos. Yo, solo miraba mi mano, y esas dos monedas.

Creo que lo pensaré mejor.

Toda la riqueza de aquel miserable y depravado ser estaba en mi mano.

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